El extremo del Bayern consiguió arrebatar la gloria al Real Madrid, su ex equipo, en el Bernabéu y ahora tiene ante sí la ocasión de hacer lo propio con el Chelsea.
Caía la noche sobre Madrid. La capital española estaba distinta a cualquier otro sábado. En un bar de la ciudad se podía ver a un turista alemán ataviado con una zamarra roja y una bandera de igual color con un vaso de cerveza en la mano. Si se seguía paseando, un madrileño se topaba también con un grupo de chicos de Milán vestidos de negro y azul, probablemente cantando letras que se suelen oír en el estadio Giuseppe Meazza cada vez que juega el Inter. Esa tarde se disputaba en el Bernabéu la final de la Champions League. A varios jugadores les era muy familiar ese estadio, sabían que el autobús de su equipo entraría por la calle Padre Damián y reconocían el olor del césped. Dos de ellos lo tenían muy reciente.
Wesley Sneijder y Arjen Robben habían salido del Real Madrid pocos meses antes de ese 22 de mayo de 2010, enfilando la puerta trasera del club donde creían haber tocado techo el día que firmaron sus contratos con Ramón Calderón. Tras dos años irregulares, aunque con bastante más gloria que pena, los dos tulipanes se dispersaron. Sneijder tomó rumbo a Italia y Robben llegó al Allianz Arena para jugar en el Bayern. El destino hizo que se volvieran a encontrar en el mismo lugar donde habían coincidido por última vez jugando para el mismo club. Ambos tenían la gran oportunidad de tomarse su particular venganza, pero solo podía culminarlo uno de ellos. Sneijder levantaba la Orejona mientras Robben se juraba así mismo que volvería a intentarlo.